Jennifer es una celebridad, un icono de moda, y ahora yace inconsciente en una cama de hierro, con sus elevados tacones colgando del colchón, en una habitación sin ventanas. Se despierta desorientada y confusa. Sus susurros rebotan de las frías paredes desnudas. Su mirada recorre cuatro armarios alineados junto a la pared. Está enjaulada. En la pared de enfrente hay uno de los muchos pósters que existen de ella: grande, siniestro y burlón a un tiempo. Jennifer chilla de pánico y frustración. El aparato de televisión del rincón se enciende para mostrar el lujoso apartamento de Jennifer; luego, cambia a otra escena que muestra a Jennifer acurrucada en la parte posterior de una furgoneta, entre recambios, neumáticos y herramientas. Una mano irrumpe en el fotograma y le acaricia el cabello antes de que el televisor se apague de nuevo. El carcelero acaba de hacer su presentación.

Los Hickey están acostumbrados a realizar crímenes perfectos, son tan temerarios que sus víctimas y sus familias nunca toman represalias contra ellos. El crimen perfecto es, tal vez, el crimen que nunca se denuncia. Joe y Cheryl Hickey, junto a su primo Marvin, están especializados en secuestros y llevan mucho tiempo trazando planes perfectos para sacarles dinero a las familias ricas. Ahora le toca el turno a los Jennings.